El filósofo José Pablo Feinmann publica los domingos en Página 12 un suplemento que introduce al lector al saber de los saberes. Hoy en su clase 45 titulada: CONCLUSIONES CONCLUSIVAS SOBRE MICHEL FOUCAULT hace el siguiente razonamiento:
El hombre vive, y vive aunque more en el mas ínfimo socavón de las hiperdeterminaciones de la urdimbre histórica, ahí lo vamos a encontrar y ahí vamos a poder decidir si es inocente o culpable. Porque ahí es, ilevantablemente, El. Ahí es, sin excusa alguna, libre. De lo contrario, incluso Videla o Pinochet serían inocentes. Este resto último de libertad que reclamamos para el hombre no es, como dirían los estructuralistas o los post, nuestra neurosis teórica por encontrarlo, en algún lugar o momento, libre. Porque no hacemos de esa libertad una libertad constituyente ni totalizadora. Los hombres tienen que poder ser responsables de sus actos. Es cierto que he escrito páginas sobre la existencia-destino. Es cierto que un niño que sufre hambre, se desmaya en el aula del colegio por raquitismo o crece sin amor ( está probado que un niño que no recibe afecto o amor no sabe luego como entregarlo) está condenado frente a otro que va a colegios privados y se alimenta bien. Esa existencia tiene una esencia que la precede: las condiciones concretas de la materialidad en que surgió. Pero si no queremos caer en un relativismo moral que sólo podría beneficiar a los asesinos, a los genocidas, a los carniceros y canallas de este mundo poblado de ellos, tenemos que plantear ontológicamente la libertad última, irreductible de todo sujeto.
domingo, 25 de marzo de 2007
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