viernes, 25 de abril de 2008

EL MINISTRO QUE SUSPIRA


Anoche lo llamaron a su casa y le pidieron que fuera a la Quinta de Olivos, que iban a proponerle algo que seguro sería interesante, pero tenía que ser ahora, lo estaban esperando. Cuando sonó el teléfono estaba con su esposa y los hijos viendo Bailando por un Sueño y terminando la cena sana, él siempre se cuidó con las comidas pero ahora más porque tiene bajo el colesterol bueno y alto el malo. El médico le dijo que no jodiera con eso. Vieja! -gritó- me tengo que ir, dicen que es importante. Fijate si hace frío, dijo ella, cualquier cosa llevate un abrigo.
Carlos se metió en el auto y allá fue.
Mientras manejaba, respetando todas y cada una de las señales de tránsito a pesar del apuro, se puso a escuchar a Roberto Carlos cantando "Un millón de amigos", su favorita, y ahí fue cuando se le empezaron a amontonar los recuerdos: siempre fue buen alumno aunque no le gustaba estudiar, no le dio demasiados problemas a sus padres, alguna travesura pero nada del otro mundo, de chico fue asmático y entonces tenía acotadas las actividades, no le gustaba compartir el mate y tenía su propia bombilla, pocas novias, se casó con una que le cayó bien de entrada a su mamá, siempre fue malo malo para los deportes, un patadura al que dejaban para el final, no quiso estudiar Ciencias Económicas pero la familia lo obligó, cumplió el mandato, militó en la JP de La Plata, más tarde llegó la curiosidad por la política orgánica y por coleccionar estampillas.
Entre recuerdos llegó, se bajó del auto y allá fue.
Lo demás es historia reciente conocida. Hoy juró ante la PresidentA que iba a ser buen alumno. Como cuando chico. Si se fijan en la foto está suspirando una añoranza. Abrazó mucho, lo abrazaron también.
Después del acto, se reunió con su familia en el Salón Blanco, los miró a la cara y les dijo que todo iba a ser igual, que puertas adentro seguirían mirando la tele, escuchando a Roberto Carlos, comiendo sano, pero que iban a sacar el número de teléfono de la guía, tendrían una custodia hasta para ir a cagar y que se iba a tener que levantar a las 4 de la mañana del lunes para volver el domingo siguiente. Sería la vida de siempre pero un poquito peor.
Volvieron en silencio. Nadie preguntó nada.
Carlos se quedó en el auto y pensó: el que suspira no es traidor.
Se rascó la oreja colorada colorada y allá fue. Entre recuerdos.

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